El presidente Xi Jinping se consolidó este domingo como el líder de China más poderoso en décadas al ser reelecto otra vez secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh). El mandatario se mostró rodeado de dirigentes leales que apoyan su visión de fuerte control social y económico.
El nombramiento de Xi, en el poder desde 2012, rompe con una tradición según la cual sus predecesores dejaban el cargo a los 10 años.
Se espera que el líder de 69 años sea designado presidente de China por tercera vez, algo también sin precedentes. Se concretaría durante la reunión de la Asamblea Nacional Popular (el Parlamento chino) en marzo de 2023.
El partido eligió también un Comité Permanente de siete miembros, compuesto por la elite de la elite política china, todos leales al presidente. El comité incluye la presencia del reemplazante del primer ministro Li Keqiang, un defensor de las reformas promercado y de la empresa privada.
Xi y otros miembros del Comité Permanente, que no incluye mujeres, aparecieron por primera vez juntos ante los periodistas en el Gran Salón del Pueblo, sede de la Asamblea Nacional Popular, en el centro de Beijing.
De número dos del Comité Permanente fue elegido Li Qiang, el secretario del partido de Shanghái, quien queda así a las puertas de convertirse en primer ministro, que es el cargo desde el que se dirige la economía.

Zhao Leji, que ya era miembro del comité Permanente, fue ascendido a la tercera posición de mando, probablemente para encabezar la Asamblea Nacional Popular, según lo informó la agencia de noticias china Xinhua.
Ambos puestos, el de premier y presidente del Parlamento, se asignarán formalmente durante la Asamblea Nacional Popular de marzo.
La renovación de la cúpula del gobernante partido comunista llegó al cierre de un congreso que se celebra solo dos veces por década y que eligió a los 300 miembros del Comité Central de entre 3.200 delegados.
Estos 300 eligieron a su vez a los 25 integrantes del Buró Político del Comité Central, quienes designaron al Comité Permanente.
Al iniciarse el tercer mandato del líder chino al frente de su partido, todas las miradas se centran en la economía del gigante asiático.
Tras décadas de crecimiento desenfrenado, el país afronta ahora una grave ralentización, acentuada por una inflexible política de “cero covid”, que genera muchos confinamientos.
Esta semana, en un gesto muy poco común, China postergó sin explicaciones la publicación de los datos trimestrales de crecimiento.
Aunque en los últimos años Xi Jiping ha puesto el énfasis en el consumo y la demanda interna, el mantenimiento de las restricciones sanitarias en China dificulta esta estrategia. Los sectores del turismo, transportes y restauración se han visto especialmente afectados.
La coyuntura ha golpeado asimismo al otrora lucrativo sector inmobiliario, donde varios promotores luchan hoy por sobrevivir. Este sector representa, con el de la construcción, un cuarto del Producto Interior Bruto de China.
Mientras las relaciones entre China y algunos países de Occidente atraviezan un período de inocultable tensión, el partido ha inscrito por primera vez en sus estatutos una mención a su “firme oposición” a la independencia de Taiwán.
China considera a esta isla de 23 millones de habitantes como parte integrante de su territorio y Taiwán reclama que lo consideren un estado autónomo.
Las tensiones en torno a la isla se incrementaron con Washington tras la visita en agosto de la número tres estadounidense, Nancy Pelosi, lo que fue considerado por Beijing como una afrenta a su soberanía.
La nota de color la dio el expresidente Hu Jintao, quien debió ser expulsado a la fuerza del Congreso del Partido Comunista de China.
El tenso incidente se produjo en la clausura del cónclave. Frente a las cámaras, el exmandatario se resistió a salir durante un minuto.