En una Plaza San Pedro colmada y jubilosa, el Vaticano anunció el nombre del nuevo líder de la Iglesia Católica: Robert Francis Prevost, que tomará el nombre pontificio León XIV.
A sus 69 años, el joven papa conducirá a la institución milenia tras la muerte de Francisco, y será el sucesor número 266 de San Pedro, el apóstol sobre el que Cristo “fundó su Iglesia”, de acuerdo a la doctrina católica.
Nacido en Chicago en 1955, y criado en una familia católica de raíces obreras, el neuvo Papa ingresó a la Orden de San Agustín en su juventud, impulsado por una vocación misionera que se consolidó con sus estudios de filosofía y teología en la Catholic Theological Union y posteriormente en Roma, donde se doctoró en Derecho Canónico.
Fue ordenado sacerdote en 1982, y pronto comenzó una trayectoria que lo llevaría fuera de Estados Unidos, alejándolo del confort del ámbito académico para ponerse al servicio de las periferias.
Sus primeros años ministeriales lo encontraron en Perú, donde ejerció como misionero en una región pobre del norte del país, en la diócesis de Chulucanas. Allí desarrolló una pastoral centrada en la cercanía, la formación de comunidades y la defensa de los derechos humanos, experiencia que marcó profundamente su perfil: un religioso comprometido con la realidad social de América Latina, que aprendió a conjugar el rigor doctrinal con una mirada pastoral atenta a los más vulnerables.
Desde 2023, ocupa el estratégico puesto de prefecto del Dicasterio para los Obispos, un rol que lo convierte en el principal asesor del pontífice en la designación de obispos en todo el mundo. Esa función, además de la confianza explícita de Francisco, le ha dado un lugar privilegiado en la estructura de poder vaticana.
En cuanto a su estilo, se lo puede describir como sobrio, de tono pastoral antes que político, mientras que su perfil público es discreto, aunque no exento de influencia: en voz baja, construyó redes tanto en América como en Roma.
Comprometido con América Latina
Su español fluido, su sensibilidad con la cultura latinoamericana y su proximidad al pensamiento de Francisco dan la pauta de continuidad.
En los pasillos del Vaticano, antes del conclave, algunos lo veían como un “puente” entre dos Iglesias: la institucional y la popular; la del Norte global y la del Sur.
Con una Iglesia en plena transición, marcada por los desafíos de la secularización, la polarización interna y la necesidad de continuar el legado reformista de Francisco, el cónclave que culminó con su elección es un punto de inflexión.
Bajo este escenario, el nuevo Papa se perfila como una opción de equilibrio: suficientemente cercana al ideario del papa argentino como para garantizar continuidad, pero con el perfil institucional y sobrio que muchos cardenales valoran en tiempos de cambio.