Guerra en Europa del Este

La OTAN cambia su doctrina estratégica y bordea la “inevitable” confrontación con el Kremlin

La alianza atlántica se expande, oficializando la incorporación de Suecia, en un momento donde algunos de sus miembros incrementan la tensión con Moscú, que consideran ineludible. Las advertencias rusas, en medio de una serie de avances en Ucrania, marcan una nueva etapa del conflicto europeo, que puede tener ramificaciones significativas para la estabilidad geopolítica.

Después de más de un año de dilaciones, Suecia se incorpora a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y culmina el último ciclo de ampliación de la alianza militar disparado por la invasión rusa de Ucrania, que ahora suma 32 miembros.

En efecto, junto con Finlandia, Suecia terminó con décadas de no alineamiento, y en ambos países, una mayoría del arco político y la opinión pública se inclinó por modificar el status quo ante el temor de una eventual agresión militar por parte de Moscú.

En el caso de Finlandia, esos temores tienen una base histórica y geográfica: sobrevivió a un intento de anexión por parte de la Unión Soviética en 1939, y comparte más de 1300 kilómetros de frontera con Rusia.

El proceso de incorporación de ambos países a la OTAN no fue fácil, en especial para Suecia, que se enfrentó con la oposición primero de Turquía, que la acusó de avalar a grupos kurdos considerados terroristas por Ankara, y también de Hungría, cuyo gobierno mantiene un importante vínculo político con Rusia.

La ampliación ocurre en un momento en el que la alianza militar, pensada para enfrentar a la Unión Soviética en plena Guerra Fría, atraviesa un proceso de redefinición de sus objetivos.

Tras llegar a un estado de parálisis durante la administración Trump, que llevó a la Unión Europea a considerar la creación de una fuerza militar exclusivamente europea, se reactivó en febrero de 2022 con la invasión de Ucrania por Rusia y la política del presidente Joe Biden de revitalizar la organización con eje en el apoyo militar a Kiev.

Las nuevas realidades geopolíticas impulsaron a la OTAN a promover un cambio en su doctrina estratégica y estructura militar, con la capacidad de movilizar hasta 300 mil hombres en menos de una semana, en caso de un conflicto.

La alianza podría además enfrentar una nueva crisis, si Donald Trump, que ya anunció sus intenciones de enfriar la participación estadounidense, logra volver a la Casa Blanca en las presidenciales de noviembre.

Pero la guerra en Ucrania puso en evidencia otras carencias de la OTAN: la debilidad de las industrias militares combinadas de sus países miembros, que no lograron suministrar a Kiev ni siquiera el 50% de los vitales proyectiles de artillería para enfrentar a la poderosa maquinaria industrial militar rusa, que redobla sus esfuerzos para imponerse a los ucranianos en una guerra de desgaste.

ue el eje de debate de la reciente reunión de líderes europeos en París, donde el presidente francés Emmanuel Macron sacudió el tablero al afirmar que Francia no descarta enviar tropas a Ucrania.

Aunque aparentemente el propósito de Macron fue crear una “ambigüedad estratégica” con la idea y demostrar que todas las opciones están sobre la mesa en caso de una confrontación, sus pares reaccionaron rechazando una posibilidad que implicaría una guerra directa y a gran escala con Moscú.

Las tensiones más agudas se dieron con Alemania, donde se considera que la postura de Macron daña la credibilidad de la OTAN, y alimenta la imagen que pretende instalar el Kremlin sobre la debilidad política de la alianza militar encabezada por Estados Unidos.

Un juego de declaraciones por ahora retóricas, que favorecería la agenda de Vladimir Putin en momentos en que sus fuerzas militares están logrando mantener la iniciativa en el campo de batalla.