Internacional

Las nuevas guerras cibernéticas entre los estados

En un mundo globalmente interconectado y totalmente dependiente de la tecnología digital, los ciberataques y el espionaje informático se han convertido en una de las mayores preocupaciones de las agencias de inteligencia y seguridad de los distintos gobiernos y como una faceta más de la guerra entre estados. La pandemia de coronavirus acentuó aún más esta dependencia de la infraestructura digital, ampliando las posibilidades de ataque y espionaje cibernético y exponiendo las desigualdades y vulnerabilidades de los distintos países en materia de ciberseguridad.

Uno de los últimos blancos de esta “guerra cibernética” puso en jaque a Estados Unidos, víctima en los últimos meses de un hackeo de dimensiones históricas que afectó a 18 mil empresas multinacionales y agencias de gobierno, incluidos el Pentágono, el Departamento de Estado y el del Tesoro, la oficina presidencial de la Casa Blanca y también la Administración Nacional de Seguridad Nuclear, a cargo del mantenimiento de las 5.800 bombas atómicas oficialmente reconocidas por la potencia mundial.

El ataque, cuyo daño y alcance real aún no fue revelado, fue perpetrado a través la compañía SolarWinds, un proveedor de software y soluciones informáticas desconocido para el público general, que opera con grandes multinacionales y entidades gubernamentales que tercerizan este servicio. Los ciberatacantes sustituyeron un paquete de actualización del programa Orion por otro con “malware”, virus informáticos que alteran el normal funcionamiento de las redes, firmándolo con el sello oficial de la compañía.

Según informó la propia empresa a sus clientes, el hackeo probablemente a cargo de un Estado se produjo entre marzo y junio de 2020. Mientras Mike Pompeo culpó a Rusia casi en forma inmediata, el presidente estadounidense Donald Trump, puso en duda la participación de Moscú, cargando las tintas sobre China.

No es la primera vez que un Estado es acusado por este tipo de ataques. Estados Unidos, Rusia, Reino Unido o Israel también impulsaron en diversas ocasiones ciberataques contra gobiernos, organizaciones o empresas considerados hostiles.

En 2013, las revelaciones de Edward Snowden demostraron que Washington y Londres eran capaces de violar los secretos de estado de otros países a través de un espionaje digital masivo. Otro ejemplo es el de Corea del Norte que en 2014 hackeó a la productora cinematográfica Sony Pictures, en venganza por la película “The Interview”, una sátira de su líder, Kim Jong-Un. En 2007, Rusia incluso fue más allá paralizando el ciberespacio de Estonia, como represalia al retiro de monumentos de la era soviética dispuesto por ese gobierno.
La Unión Europea registró el año pasado, 450 incidentes contra infraestructuras críticas.

El último ocurrido en plena pandemia tuvo como objetivo la Agencia Europea de Medicamentos.
Si bien los países invierten millonarias partidas para mejorar los sistemas de defensa, la capacidad de ataque cibernético se renueva permanentemente, diseñando nuevos vectores y beneficiándose por la falta de cooperación entre empresas, gobiernos y agencias de inteligencia. Según las estadísticas, la prevención de este tipo de delitos tiene éxito solo en el 18% de los casos.

Israel es una potencia en el diseño de programas para enfrentar los ataques cibernéticos, seguido por Estados Unidos, China, Rusia, Alemania e Irán.
La guerra cibernética ya es una realidad, y un ataquen puede paralizar a un enemigo sin que haya disparos. Pero las consecuencias pueden ser devastadoras para los gobiernos y la población civil.