Internacional

Invasión a Irak: a 20 años de la guerra que sumergió a Medio Oriente en el caos

La génesis del conflicto bélico que resquebrejó la credibiliad de EE UU y modificó el mapa geopolítico de la región.

En marzo de 2003, Estados Unidos y sus aliados lanzaron una guerra contra Irak sin la autorización de las Naciones Unidas, con el pretexto de que los iraquíes poseían armas de destrucción masiva.

La invasión mató a cientos de miles de civiles y desplazó a millones. Además de las pérdidas humanas, destrozó la economía de Irak, promovió la apropiación de sus recursos naturales soberanos y alimentó las tensiones en la región de forma tal que el mapa geopolítico de Medio Oriente, dos décadas después, es otro.

La génesis

Tras los ataques del 11 de septiembre de 2011 en Nueva York, el impacto produjo rápidamente la declaración de George W. Bush de “guerra contra el terror” contra Al-Qaeda y otras organizaciones yihadistas.

El 7 de octubre de 2001, Bush lanzó “la Operación Libertad Duradera”, y Kabul cayó pocos días después. Con ese pie en la región, Washington resolvió que no alcanzaba con Afghanistán.

En el discurso del entonces presidente Bush y sus asesores la “amenaza del terror” era global para Estados Unidos.

Según sus consejeros, los estados de la región que se oponían a la política exterior norteamericana podrían hacer alianzas mortales con al-Qaeda y sus imitadores.

El mayor objetivo en sus miras era Irak.

Saddam Hussein había sido una espina en el costado de Estados Unidos desde que envió a su ejército a Kuwait, en 1990. Derrotado en ese momento por otra coalición, encabezada por Bush padre en 1991, consiguió retener su poderío sobre Irak.

En 2003 y sin ninguna evidencia, los estadounidenses intentaron fabricar un vínculo entre Saddam y al-Qaeda cuando no existía ninguno.

En realidad, el líder iraquí, un dictador secular, consideró siempre a los extremistas religiosos como una amenaza.

El Secretario de Estado de los Estados Unidos, Colin Powell, usó su discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU el 5 de febrero de 2003 para influir en la opinión pública internacional a favor de una guerra contra Irak.

El núcleo de su discurso fue que Hussein poseía armas biológicas y químicas de destrucción masiva, que su régimen apoyaba el terrorismo internacional y que su objetivo era construir armas nucleares.

Entre los muchos que no aceptaron su argumento estaba el entonces  secretario general de la ONU, Kofi Annan. En una entrevista de la BBC 18 meses después de la invasión, dijo que la acción militar “no estaba en conformidad” con la Carta de la ONU, en otras palabras, era ilegal.

Francia y otros aliados de la OTAN se negaron a unirse a la invasión. Tony Blair y Aznar ignoraron las grandes protestas en sus países.

Su decisión de ir a la guerra signó el resto de sus carreras políticas.

Así, las naciones de la coalición que invadió Irak se embarcó en una guerra de elección que mató a cientos de miles de personas. Pronto se demostró que las justificaciones de la invasión eran falsas. Las armas de destrucción masiva que según lo que Bush y Blair dijeron, convertían a Saddam en un peligro claro y presente, resultaron no existir.

Washington no lo hizo solo, sumó aliados. Como el primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, que participó bajo la convicción de que la mejor garantía de mantener la influencia del Reino Unido en el mundo era permanecer cerca de la Casa Blanca.

El mismo criterio aplicó el gobierno del Partido Popular en España, al mando de Aznar. Pronto, otros países se unieron a la autodenominada “Coalición de la voluntad”.
Originalmente, estuvo compuesta de 31 naciones: Afganistán, Albania, Australia, Azerbaiyán, Bulgaria, Colombia, República Checa, Dinamarca, El Salvador, Eritrea, Estonia, Etiopía, Georgia, Hungría, Islandia, Italia, Japón, Corea del Sur, Letonia, Lituania, Macedonia, Países Bajos, Nicaragua, Filipinas, Polonia, Rumania, Eslovaquia, España, Turquía, Reino Unido y Uzbekistán.

En 2004, ya eran 48 los estados tributarios a Washington que integraban la alianza, que, de todas maneras, estaba conformada en un 90% por efectivos estadounidenses y británicos.

Aunque en los países de la “Coalición de la Voluntad” se recuerda al comienzo de la guerra como un fracaso de la inteligencia o de liderazgo, la mentira ante la ONU abrió paso al enriquecimiento de las naciones invasoras con el expolio de Bagdad.

Se hicieron del control de los millones de barriles de petróleo diarios que producía el pequeño país mesopotámico, sus reservas en oro, millones de artefactos arqueológicos y masivas extensiones de tierra. Además, la industria privada de armamentística y seguridad estadounidense se benefició con numerosos contratos para altervativamente “asegurar” y “reconstruir” el país devastado durante los 20 años que duró el conflicto.

Las protestas

Millones de manifestantes en países de todo el mundo no estaban convencidos de que la guerra estuviera justificada y salieron a las calles de sus ciudades para condenar lo que creían que era una guerra “injusta e ilegítima”, incluso antes de que comenzara.

Entre enero y abril de 2003, tras la caída de Bagdad, se calcula que 36 millones de personas de todo el mundo participaron en cerca de 3000 protestas contra la guerra, con las consignas “¡No a la guerra!” y “No más sangre por petróleo”.

Aunque huboe ecos en todo el mundo, el epicentro de la oposición a la invasión fue en los países que la propiciaron. Estados Unidos, Washington y España fueron escenario de marchas y concentraciones anti bélicas masivas.

En Italia, por caso, una movilización de tres millones de personas en Roma figura en el Libro Guinness de los Récords como la manifestación contra la guerra más grande de la historia.

Aunque non pudieron torcer la voluntad de sus gobiernos, las protestas evidenciaron una grieta entre las poblaciones de los países de la alianza y sus dirigencias.

La oposición a la invasión de Irak pasó a la historia como la primera gran acción antibélica coordinada a nivel global desde las protestas contra la guerra de Vietnam.

Veinte años después

Los estadounidenses llamaron a los enormes ataques aéreos que iniciaron su ofensiva “shock and awe” (conmoción y pavor, en inglés). Los neoconservadores alrededor de George W. Bush aducían que la democracia y la estabilidad regional podrían imponerse a punta de pistola.

La fuerza abrumadora de EE. UU. también estabilizaría el Medio Oriente, y la democracia se extendería por Siria, Irán y más allá, “como un buen virus”, decían los think tanks de Washington.

El objetivo de derrocar a Saddam Hussein fue cumplido el 9 de abril de 2003. Pero los autores intelectuales y materiales de la guerra ignoraban la violencia que se apoderó de Irak, y la imposibilidad de Bush y sus aliados para llenar el vacío de poder creado por el cambio de régimen en una región prendida fuego.

La tesis del “virus de la democracia” comenzó a ser contrariada apenas concretada la toma de Bagdad. Empobrecidos tras décadas de sanciones económicas propiciadas por Estados Unidos “contra el régimen de Hussein”, la sociedad civil iraquí no le dió a los ocupantes la calurosa bienvenida que imaginaban.

Una insurgencia contra la ocupación se convirtió pronto en una guerra civil sectaria fuera de control.

Los iraquíes se enfrentaron entre sí cuando los estadounidenses impusieron un sistema de gobierno que dividía el poder según líneas étnicas y sectarias, entre los tres grupos principales del país: musulmanes chiítas, kurdos y musulmanes sunitas.

Las milicias armadas lucharon entre ellas y contra los invasores, y mataron a los civiles de los demás.

Los grupos yihadistas entraron para explotar el caos. La creación de Isis y el Califato Islámico, por ejemplo, son hijas directas de la invasión y ocupación de Irak.

Nadie sabe exactamente cuántos iraquíes han muerto como resultado de la invasión de 2003.

Las estimaciones están en los cientos de miles. La marea de sectarismo violento sigue golpeando a Medio Oriente al día de hoy, a pocos años de la retirada sin gloria de los invasores de Afganistán e Irak.