Sociedad

Inauguraron la muestra de fotos colectiva de Miguel Bru, a 30 años de su desaparición

En un nuevo aniversario de la desaparición del estudiante, en el Espacio de Memoria de la excomisaría quinta de La Plata, se inauguró una muestra de fotos denominada “¿Dónde está Miguel?”, y en la que se lo muestra de niño en el colegio, y también permite un recorrido por las marchas, vigilias y rastrillajes en busca de sus restos.

La muestra de fotos colectiva “¿Dónde está Miguel?” fue inaugurada este miércoles en la ciudad de La Plata, al cumplirse 30 años del secuestro, asesinato y desaparición de Miguel Bru, en la que recorre la historia de vida del estudiante de periodismo y el largo proceso de justicia y búsqueda por parte de su familia y amigos.

En un emotivo acto, coordinado por el amigo de Miguel Bru, Jorge Jaunarena, la muestra se presentó en el Espacio para la Memoria ex Comisaría 5ta-Filial de La Plata de Abuelas de Plaza de Mayo, ubicada en diagonal 74 N° 2873.

Las imágenes, curadas por Gabriela Hernández y Laura Sottile, fotoperiodistas e integrantes de la Asociación Miguel Bru (AMB), hacen un recorrido desde la desaparición de Miguel hasta hoy con momentos clave del proceso de búsqueda de justicia, dado que incluyen las marchas, el juicio a los policías condenados, las búsquedas, las vigilias, el rol de Rosa Schonfeld de Bru, madre de Miguel y referente de derechos humanos, y el reconocimiento a su lucha.

A su vez, esta noche, en la tradicional vigilia encabezada por Rosa, familiares, amigos y organizaciones sociales se darán cita en las puertas de la comisaría novena a la hora en la que el joven ingresó con vida en 1993, para preguntar una vez más “¿Dónde está Miguel?”.

La historia de Miguel

Hace 30 años, Miguel Bru, un joven que escribía canciones y soñaba con ser periodista, era torturado hasta morir en una comisaría de La Plata por policías que fueron condenados a prisión perpetua, pero nunca confesaron dónde ocultaron sus restos, que aún no fueron hallados a pesar de 40 rastrillajes, un ofrecimiento de recompensa de 5 millones de pesos y más de medio centenar de marchas con un único reclamo: ¿Dónde está Miguel?

“No te importan más/ los desaparecidos/ No te importa más / si yo perdí a un amigo /No te importa más/ amigo del indulto / No te importa más /tu vida es un insulto” , decía la canción que a principios de los noventa escribió Miguel para su grupo de punk rock “Chempes 69”, sin saber que él mismo se convertiría en un desaparecido y en democracia.

Jorge Jaunarena, amigo de la víctima, exhibió con orgullo la letra de esa canción y recordó a Miguel: “Él quería ser periodista para poder denunciar las injusticias, para investigar. Leía Página 12 y escuchaba a Lalo Mir. Esos eran sus dos modelos”.

“Yo también quería ser rockero. Le gustaba expresarse y el rock and roll. Cantaba y componía las letras del grupo, y eran letras muy comprometidas con la política”, contó a Télam Jaunarena, quien en 1989 vio por primera vez a Miguel en el pasillo de la Escuela Superior de Periodismo (luego pasaría a ser Facultad) de la Universidad Nacional de La Plata.

“Lo conocí a Miguel el primer día que pisé la Facultad de Periodismo. Yo venía de Neuquén y fui a la facultad para inscribirme y me acuerdo que había una pared toda escrita, no entendía nada. La verdad que casi que me quería ir corriendo te diría y no sé si Miguel me vio con cara de perdido o qué que se me acercó a hablar y ahí entablamos una enorme amistad porque de ahí no nos despegamos más”, explicó.

Jaunarena, que se desempeña como Secretario de Derechos Humanos de la Facultad de Periodismo de la Universidad platense, detalló que con Miguel compartían “cursadas”, reuniones en su casa, jugaban “al fútbol en la plaza” y salían de noche.

Miguel vivía en una casa tipo chorizo, ubicada en calles 69 entre 1 y 115, de La Plata, junto a otros 6 jóvenes, algunos tocaban música con él y otros que también estudiaban periodismo.

En 1993, la policía de la comisaría novena de la ciudad realizó un allanamiento ilegal a la vivienda y el estudiante decidió denunciarlo, lo que derivó en amenazas y hostigamiento por parte de efectivos.

“Él me decía ´no puedo caminar de noche tranquilo por la calle, estos tipos me persiguen, me están hinchando´, y yo le decía `bueno, tratá de no andar solo a la noche, no te expongas`”, rememoró el amigo.

Según Jaunarena, “en esos años la policía era muy molesta, era la de los Renault 12, que perseguía mucho a la juventud, era una constante que te detuvieran por averiguación de antecedentes, te llevaban y te tenían por unas horas”.

Miguel y Jorge integraban un equipo de fútbol de la facultad y un día en que debían juntarse a jugar la víctima no apareció y otro de los compañeros comentó que no lo encontraban, pero, en principio, nadie sospechó que le hubiera ocurrido algo malo.

De acuerdo a la investigación posterior, Miguel se había ido a cuidar una casa en la zona de Palo Blanco, en el partido de Magdalena, donde se hallarían algunas prendas de vestir que un pescador dijo pertenecían al joven desaparecido.

Por su parte, Rosa comenzó a buscar a su hijo, quiso radicar la denuncia por su desaparición y la derivaban de una seccional a otra sin querer tomarle los datos; mientras los compañeros de Miguel la acompañaban e iban también a los hospitales.

“Un día vienen varios compañeros y dicen: ´Che, ¿se acuerdan las denuncias de Miguel?´ y ahí nos empezó a caer la ficha de todo. Al principio no lo podíamos creer, pero todo era muy raro. Empezamos a pensar que la novena podía estar implicada en la desaparición de Miguel” relató Jaunarena.

Los compañeros y compañeras de la facultad comenzaron a movilizarse, a marchar por el centro platense exigiendo respuestas a la pregunta “¿Dónde está Miguel?”, la que escribieron en carteles, paredes y remeras; al tiempo que Rosa encabezaba las movilizaciones.

“Era la mamá de nuestro compañero y era fundamental en las movilizaciones. Ahí afloró, ahí despertó la lideresa que es hoy”, reflexionó el amigo de Miguel con admiración.

Recordó los llamados anónimos que decían haber visto a Miguel en tal lado; o saber que estaba enterrado en tal otro, datos que, como afirmó Jaunarena “eran falsos para despistar y sacar a Rosa del escenario urbano, sacarla de la lucha y desgastarla, lo que nunca pasó”.

Esta desesperada búsqueda se veía obstaculizada por el juez Amílcar Vara, quien años más tarde sería destituido por irregularidades y connivencia policial en 26 causas, entre ellas, la de Miguel.

“Para mi, Miguel Bru está vivo”, repetía Vara ante la requisitoria periodística para desviar la pista que conducía al personal de la comisaría novena.

Sin embargo esta pista se confirmó cuando varios jóvenes que habían estado detenidos en esa seccional el 17 de agosto de 1993 contaron que Miguel había sido torturado allí.

Uno de ellos, Mauro “Beto” Martínez, declaró en el juicio que se siguió en mayo de 1999 a cuatro policías por el hecho.

“A Miguel lo tenían en la oficina del servicio de calle. Se escucharon gritos y cuando miramos por la ventanita de la celda se veía que estaban torturando al muchacho que resultó ser Miguel Bru”, declaró Martínez.

También fueron claves las pericias en el libro de guardia que permitieron comprobar que había sido borrado el nombre de Miguel y que constaba que había ingresado en esa seccional entre las 19 y las 20 del 17 de agosto.

Finalmente, el 17 de mayo de 1999, la justicia condenó a prisión perpetua al exsubcomisario Walter Abrigo, quien murió en la cárcel; y al sargento Justo López, por el homicidio y desaparición del estudiante de periodismo; mientras que por encubrimiento fueron sentenciados el excomisario Domingo Ojeda y el exoficial Ramón Ceressetto.

“Rosa pensó que en el juicio iba a surgir el dato para encontrar el cuerpo de Miguel, pero terminó el juicio y eso no pasó; entonces tenía como un sabor amargo ese juicio, porque era una decepción muy grande para ella”, recordó con pesar Jaunarena.

La madre de Miguel ofreció a López interceder por su libertad a cambio de que le dijera dónde estaba su hijo, pero el expolicía nunca accedió.

“López no habla a pesar de ser tentado con la libertad. No sabemos por qué no habla…o si, es ese espíritu de cuerpo, esa maldad y resentimiento. Era tal el grado de impunidad con que se manejaban que sienten resentimiento por haber sido castigados por sus delitos. Sabemos del odio que le tiene a Rosa y a la familia”, puntualizó el amigo.

El testigo que habló de “cenizas”

Horacio Suazo, un preso de la comisaría novena de La Plata que fue testigo de las torturas de los policías a Miguel Bru en 1993 y murió nueve días después de ser liberado durante un operativo policial presuntamente “armado”, le contó a su hermana que creía que los efectivos convirtieron el cuerpo del joven en “cenizas” y se convirtió en un “testimonio clave” a pesar de que nunca llegó a declarar en el marco del expediente.

Celia Giménez, hermana de Suazo, reveló en un video producido y difundido por Télam Audiovisual que ella fue a visitar a Horacio a dicha seccional en 1993 y que él le relató lo ocurrido allí con Miguel Bru el 17 de agosto de ese año.

Según la mujer, al joven estudiante de Periodismo, a quien conocía de cruzarlo en las plazas platenses, lo estaban torturando hasta que “en un momento se desvaneció y lo sacaron arrastrando”.

“Mi hermano pensó que se había desmayado y después ve que se llevaban bidones de nafta y me dijo: `Para mí, lo quemaron, y las cenizas se las lleva el viento, y nunca lo van a encontrar a ese pibe`”, recordó Celia, quien fue la primera testigo en relacionar la desaparición del estudiante con los policías.

Según Giménez, su hermano fue trasladado luego al penal de Olmos, de donde recuperó la libertad el 20 de octubre de 1994, y que nueve días más tarde lo mataron en un operativo policial con “pruebas armadas”.

Tras el fallecimiento de Suazo, quien no llegó a declarar en el juicio realizado en 1999, su hermana se entrevistó con Rosa Schoenfeld, madre de Miguel, y le contó lo que le había dicho él.

En el debate oral sí declaró otro de los detenidos en la seccional novena, Jorge “Chavo” Ruarte, quien en una de las audiencias describió que a Miguel “lo estaban bolseando (le colocaban una bolsa en la cabeza para asfixiarlo), en una silla, esposado con las manos atrás, y le pegaban en la panza para que se quedara sin aire”.

“Él pedía por favor que lo dejaran de golpear, y ellos seguían y seguían”, relató el testigo y agregó: “Cuando miré de vuelta, Miguel ya no estaba más en la silla sentado (…) Los policías estaba nerviosos, rodeándolo, y se ve que lo querían revivir con una jarra de agua.”

Durante esa declaración, Ruarte identificó a tres de los acusados presentes en el recinto, tras lo cual, dijo que había recibido “un ofrecimiento” de parte de la defensa para cambiar su testimonio y que también lo habían querido matar.

Además de Suazo, otro testigo clave fallecido fue Mauro “Beto” Martínez, asesinado en 2002 por la policía.

“Parece que quedé yo solo. Celia también, capaz. Pero a los testigos los mataron a todos”, señaló a Télam el propio Ruarte.