Una crisis de larga data terminó de explotar cuando Vladimir Putin anunció la operación militar a gran escala sobre objetivos militares ucranianos “en defensa” de las zonas prorrusas de Donetsk y Lugansk, que había reconocido como repúblicas independientes días antes.
El espacio ucraniano ha sido frecuente campo de batalla por su valor geoestratégico y la disputa actual se puede remitir siglos atrás, pero los orígenes de los conflictos modernos tienen su centro en los eventos de un movido siglo XX, desde la primera guerra mundial, cuando la población ucraniana se dividió en su lucha a favor de una Rusia unida, aunque unos con los rojos y otros con los blancos en el marco de la guerra civil que siguió a la Revolución de Octubre, hasta el nacionalismo de la región ucraniana de Galitzia, que llegó a colaborar con los nazis frente al avance soviético durante la II Guerra Mundial.
A los colaboracionistas nazis de Ucrania occidental se les conoce como “banderovski” por el nombre de su principal líder, Stepan Bandera. Con la victoria soviética y la incorporación definitiva de Galitzia a la URSS en 1945, los “banderovski” formaron parte activa y armada de la oposición al régimen soviético.
Esta corriente, con la que en la época de la Perestroika solo se identificaba un sector minoritario del nacionalismo ucraniano, es reconocida hoy por un sector mucho más amplio como símbolo de la liberación nacional o, por lo menos, como inspiradora de su principal ideología y narrativa nacionalista. La revuelta nacionalista y europeísta conocida como Euromaidán del invierno de 2014, y el golpe de Estado prooccidental en que desembocó, instalaron ese nacionalismo exclusivista del oeste de Ucrania en el centro del Estado.
La penetración de ese sector en el gobierno central ucraniano es tal que la fuerza paramilitar neonazi conocida como Batallón Azov se constituyó en una formación de la estructura institucional del ejército nacional.
Como contraparte, en el sur y el este de Ucrania, en la zona llamada Novorossia, siempre se rechazó con toda claridad cualquier glorificación de los fascistas “banderovski”. Se trata de un arco que va desde Járkov, en el norte, hasta la región de Odesa en el sur-oeste, mayoritariamente ruso parlante y con gran población que se define como “rusa”. Ese arco no formó parte de Ucrania hasta la guerra civil de los años veinte, conserva una fuerte memoria soviética de la Segunda Guerra Mundial.
El cambio de régimen en Kiev, que derrocó al presidente electo Víktor Yanukóvich del prorruso Partido de las Regiones en 2013, precipitó la revuelta del este de Ucrania con padrinazgo ruso. Primero en Crimea, donde la declaración de soberanía y el posterior ingreso del territorio en Rusia fue fácil por el amplio apoyo de la población y la presencia de la flota rusa, y luego en todo el arco de Novorossia.
La cuestión del Donbass
La guerra en Ucrania, lleva, en rigor, casi ocho años, desde la respuesta del nuevo gobierno de Kiev a la revuelta de las regiones prorrusas con el envío del ejército en “misión antiterrorista”, que dio paso a la militarización y al actual escenario de enfrentamiento civil en el noreste del país con 14.000 muertos y centenares de miles de refugiados y desplazados. E incluso, episodios de masacres, como la de la Casa de los Sindicatos de Odessa del 2 de mayo de 2014, a cargo de la extrema derecha nazi local, con el resultado de 46 muertos y 214 heridos entre activistas gremiales y comuinistas, muchos de ellos quemados vivos en el edificio de cinco plantas incendiado con cócteles molotov ante la pasividad de la policía.
Entre marzo y abril de 2014, los pueblos de la cuenca del Donbass tomaron los edificios administrativos de estas regiones y autoproclamaron las Repúblicas Populares de Donetsk, Lugansk y Járkov.
En septiembre de 2014, se firmó el primer protocolo de Minsk sobre el alto al fuego en esta región y una ley sobre el estatus especial de regiones de Donetsk y Lugansk. A principios de 2015, se realizó el segundo acuerdo de Minsk sobre el alto al fuego. Pero, Ucrania no lo respetó y hasta 2017 se registraron más de 400.000 violaciones del alto al fuego, según la OSCE.
En enero de 2018, el parlamento de Ucrania aprobó una ley sobre la reintegración de las repúblicas autoproclamados y otra sobre el reconocimiento de una ocupación rusa en el este de Ucrania, profundizando las provocaciones contra el pueblo del Donbass y violando los acuerdos firmados en Minsk.
La tensión en la región se acrecentó con el acercamiento de Ucrania a la OTAN, Occidente y Estados Unidos, mientras continuaba con los ataques en el Donbass. En este contexto, los líderes de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk firmaron decretos de movilización general y solicitaron el reconocimiento de su independencia a la Federación de Rusia.
El 21 de febrero, Vladimir Putin anunció su decisión de reconocer la soberanía de ambas repúblicas, y en la madrugada de este jueves, comunicó que lanzó una operación militar especial para defender al pueblo del Donbass y “proteger a las personas que han sido objeto de abusos y genocidio por parte del régimen de Kiev durante ocho años”.
El secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg declaró que el operativo militar en Donbass es “una grave violación del derecho internacional”. En un comunicado oficial, condenó “el ataque temerario y no provocado de Rusia contra Ucrania”. Asimismo, indicó que se trata de “una grave amenaza para la seguridad euroatlántica”. Finalmente, aseguró que los aliados de la OTAN se reunirán para abordar las “consecuencias de las acciones agresivas de Rusia”.
La Comisión Europea, a través de su presidenta, Ursula Von der Leyen, acompañada del Alto Representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, condenó la “agresión sin precedentes”, amenazando con la imposición de “sanciones masivas”.
La situación lanza señales a la correlación de fuerzas global y a la recomposición de las alianzas del mundo multipolar en formación, a gran costo humano tanto en Ucrania y Rusia, con víctimas directas del conflicto que no para de escalar, como al resto del concierto europeo, que depende fuertemente de las materias primas alimnetarias y energéticas de uno y otro.