Evita, a través de su discurso, contribuyó a crear una identidad política, una referencia que terminó por trascender al peronismo y se constituyó como la voz del pueblo, de los más postergados, de los “descamisados”.
Desde aquel acto a beneficio de las víctimas del terremoto que azotó a la ciudad de San Juan en enero de 1944, donde conoció al entonces Secretario de Trabajo y Previsión Social, Juan Domingo Perón, su figura y su palabra escalaron a los más altos estandartes de las aspiraciones populares, hasta convertirse en la máxima expresión de los anhelos de los trabajadores, el pueblo humilde y las mujeres.
En política, Eva Perón trabajó intensamente para obtener el voto femenino y fue organizadora y fundadora de la rama femenina del peronismo, en un contexto en que las mujeres miraban desde lejos el desarrollo de la política institucional que marcaba el rumbo de sus destinos.
En el aspecto social, su trabajo se desarrolló en la Fundación Eva Perón, mantenida por donaciones de empresarios y de los propios trabajadores, que regaba de ayuda a sectores inmersos en lo más profundo del olvido estatal. Creó hospitales, hogares para ancianos y madres solteras, dos policlínicos, escuelas e incluso una Ciudad Infantil. Durante el año, brindaba asistencia a los más necesitados y organizaba torneos deportivos infantiles y juveniles.
El otro bastión, y tal vez eje principal de su popularidad, fue conformado en torno a los trabajadores organizados en los sindicatos y a su facilidad y carisma para conectarse con las masas obreras, a quienes llamaba sus “descamisados”. Eva fue audaz, valiente y resuelta. Creó su propio espacio de poder y lo hizo con el aval de Perón, ese hombre que admiró desde el amor más pasional y encarnado.
Eva Perón falleció el 26 de julio de 1952 y el dolor popular no la abandonó en un funeral que duró más de 15 días, y no la abandonará jamás. En el imaginario popular, Evita se convirtió para muchos en una especie de santa patrona, en símbolo de quienes aún hoy sueñan con la utopía que ella soñó.