Estados Unidos conmemoró este sábado el 20° aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001 (11-S) con una serie de actos que tuvieron como ejes el recuerdo de los cerca de 3.000 muertos y el llamado a la unidad del pueblo tras las críticas a la rápida salida militar de Afganistán.
Los actos empezaron a las 8:46 local (9:46 de la Argentina), hora en el que se estrelló el primer avión de American Airlines contra una de las Torres Gemelas, ante una multitud que se congregó en la Zona Cero de Nueva York y con la presencia del presidente estadounidense Joe Biden.
El homenaje arrancó con un minuto de silencio y con la lectura de los nombres de los fallecidos de 90 nacionalidades, lo que se repitió al cumplirse el horario del resto de los impactos ocurridos ese día contra el World Trade Center, el Pentágono y la aeronave que calló en el estado de Pensilvania sin alcanzar su objetivo que era el Capitolio.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center y el Pentágono, que provocaron una conmoción global inédita por su escala y audacia, y por ser el primer ataque en la historia contra el territorio continental de los Estados Unidos, comenzaron a gestarse décadas antes en la mente de Osama bin Laden.
Este ingeniero saudita, que había sido parte de los “combatientes de la libertad” que Estados Unidos entrenó y apoyó en los 80 para disputarle a la Unión Soviética el control de Afganistán, nunca se sintió obligado a devolverle aquellos favores a Washington: al contrario, tenía su propia agenda, y comenzó a llevarla a la práctica apenas volvió de Asia Central.
Cuando creó Al Qaeda en 1988, con excombatientes de la guerra afgana provenientes de varios países islámicos puso en marcha un cambio radical en las estrategias terroristas, al adoptar la organización de una red internacional con capacidad operativa a nivel global. La primera guerra del Golfo en 2003 y el estacionamiento permanente de tropas estadounidenses en territorio de los sitios sagrados del Islam fueron las motivaciones para pasar a la acción.
Los objetivos de bin Laden eran religiosos pero a la vez profundamente geopolíticos: demostrar que Estados Unidos podía ser atacado y derrotado a nivel militar, lograr su retirada de la Península Arábiga, para acto seguido desatar una revolución en el mundo árabe y derrocar a las monarquías del Golfo, siempre permeables a negociar con Occidente, para restituir la umma, la comunidad de todos los creyentes en el Islam, bajo una única autoridad política. Las bases de este plan están esbozadas en la fatwa contra Estados Unidos publicada en 1996 por el diario Al-Quds A-Arabi, editado en Londres.
La incursión de fuerzas especiales de EEUU ordenada por el presidente Barack Obama en 2011 contra el complejo pakistaní de Abbottabad, donde bin Laden permaneció oculto por años, y que terminó con su ejecución, permitió el acceso a un enorme paquete de información que incluye notas, planes y comunicaciones internas de Al Qaeda.
En 2017 la CIA desclasificó 470 mil archivos digitales de ese material. Estos archivos, que fueron investigados exhaustivamente por la especialista en seguridad Nelly Lahoud, señalan que bin Laden subestimó la respuesta devastadora que Estados Unidos daría a los ataques perpetrados en su suelo. Y que si bien la reacción inmediata a los atentados de 2001 fue que miles de jóvenes musulmanes en todo el mundo se sumaron a la causa de la jihad global, la guerra en Afganistán lo aisló de sus bases, y redujo sustancialmente la capacidad operativa de Al Qaeda.
Pero Estados Unidos también incurrió en un grave error estratégico. Al extender en 2003 la “guerra contra el terrorismo” a Irak y derrocar a Saddam Hussein, creó allí un vacío de poder que por un lado, empoderó a Irán a través de la mayoría shiíta iraquí. Y por otro, fomentó la aparición de una insurgencia sunnita radicalizada, inspirada por Al Qaeda, pero con otras concepciones tácticas y estratégicas, y que no respondía exactamente a los mismos objetivos de bin Laden y su grupo.
Primero Abu Musab al-Zarqawi en Irak, y luego otros grupos, en Yemen y otros países, comenzaron a actuar bajo el nombre de Al Qaeda pero sin responder a las directivas de la cúpula de esa organización.
Surgió así la modalidad de un terrorismo de franquicias, que actuaba por su cuenta, y con agendas más locales que globales. Algo de lo que bin Laden y su lugarteniente, el egipcio Ayman al-Zawahiri, se lamentan constantemente en las cartas incautadas en Abbottabad.
La primavera árabe de 2011 sorprendió tanto a los Estados Unidos como a bin Laden. Y los objetivos de esas revueltas también se alejaron de los que propugnaba el líder de Al Qaeda. En los años siguientes, la modalidad de franquicia terminó de expandirse con la consolidación del ISIS, al mando de Abu Bakr al-Baghdadi, que logró importantes controles territoriales en Irak y Siria, e inspiró múltiples atentados en su nombre en Europa. Los Estados Unidos, como señala Lahoud, centrado como estaba en Al Qaeda, se desentendió de los nuevos grupos que tomaron el relevo de la jihad, a pesar de los informes de su propia inteligencia que les advertían de los riesgos de permitir la expansión de esa nueva generación de militantes.
A 20 años del punto de inflexión que significó el 11S, resulta imposible decir si Estados Unidos ganó o perdió la guerra contra el terrorismo, porque las guerras infinitas no tienen ganadores. Tampoco ganó al Qaeda. Pero las sociedades occidentales cambiaron para siempre. La retirada de Afganistán y el regreso al poder de los Talibán marcan un giro dramático de ese arco histórico.
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