Su muerte, el 26 de julio de 1952, llenó de congoja a los sectores populares, “los descamisados”, que vieron en su figura un símbolo de los derechos conquistados gracias a la impronta que le aportó al gobierno de Juan Domingo Perón, su esposo y presidente.
Durante los 16 días, trabajadoras y trabajadores peregrinaron bajo la lluvia para despedir a Evita, la “abanderada de los humildes”, de apenas 33 años. Ese prolongado sepelio se convirtió en uno de los hechos de masas más importantes de la Argentina del Siglo XX.
Eva, entró en coma el 26 de julio, en horas de la mañana y, según la historia oficial, su deceso se produjo a las 20.25. Poco después de una hora, el locutor Jorge Furnot le confirmaba la triste noticia al país por cadena nacional.
“Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”, puntualizó el comunicado.
Se declaró entonces un duelo que se extendió hasta el 11 de agosto, y hasta ese día no hubo funciones de cine, teatro, ni tampoco espectáculos deportivos, mientras las radios transmitían música sacra.
La relación entre Evita y el movimiento obrero fue uno de los aspectos centrales en la construcción de poder y en su consolidación durante el gobierno de Perón, cristalizado en su frustrada candidatura a la vicepresidencia de la Nación impulsada por la CGT para las elecciones del 11 de noviembre de 1951.
De allí que sus restos fueron velados primero en el Ministerio de Trabajo, y luego trasladados al Congreso Nacional, por donde desfilaron durante días cientos de miles de personas, para finalmente depositar su cuerpo en la sede de su amada CGT. Ese edificio de la calle porteña Azopardo, fue donde el médico español Pedro Ara hizo un tratamiento para embalsamar su cuerpo, a la espera de que se le construyera un mausoleo, frustrado tras la caída del peronismo en 1955.
Al mes de su muerte, se realizó una marcha de antorchas por las calles de Buenos Aires y el 17 de octubre, fecha fundacional del movimiento peronista, se desplegó un enorme homenaje en su memoria.
¿Por qué en la CGT?
Si bien se le adjudica su tarea política y social a partir de su relación con Perón, Eva tuvo una decidida militancia gremial en sus años de actriz, primero en 1939, como parte de la Asociación Argentina de Actores, y luego en la Asociación Radial Argentina, gremio que la encuentra entre sus fundadoras en 1943 y del que sería elegida presidenta en 1944.
Al asumir su primera Presidencia, en junio de 1946, Perón advirtió que alguien de su extrema confianza debía ocupar la Secretaría de Trabajo y Previsión (STyP), un lugar clave desde donde tiempo antes y al compás de un amplio otorgamiento de derechos sociales, él mismo cimentó su vínculo con las organizaciones gremiales, base de sustentación de su poder político.
Aunque Perón nombró en el cargo a José Freire -un dirigente del gremio del vidrio que era miembro del Comité Central Confederal de la CGT- fue en su joven esposa en quien delegó el vínculo de los trabajadores organizados con el naciente “Estado peronista”.
“Fui a la Secretaría de Trabajo y Previsión porque en ella podía encontrarme más fácilmente con el pueblo y con sus problemas; porque el ministro de Trabajo y Previsión es un obrero y con él ‘Evita’ se entiende francamente y sin rodeos burocráticos; y porque además allí se me brindaron los elementos necesarios para iniciar mi trabajo”, escribe Eva Perón, en “La razón de mi vida”.
Abanderada de los humildes y los derechos políticos de las mujeres
Por otra parte, la consagración del voto femenino en 1947 hizo que Evita pasara a la historia como la “artífice indiscutida de los derechos políticos de las mujeres en la Argentina”. Y, pese a haber conquistado una bandera feminista del siglo XX, sigue vigente en ciertos colectivos el debate en torno a sus acciones y su gestualidad política, marcadas por una constante exaltación de la figura de su líder y esposo, Juan Perón.
En el aspecto social, su trabajo se desarrolló en la Fundación Eva Perón, mantenida por donaciones de empresarios y de los propios trabajadores, que regaba de ayuda a sectores inmersos en lo más profundo del olvido estatal. Creó hospitales, hogares para ancianos y madres solteras, dos policlínicos, escuelas e incluso una Ciudad Infantil. Además, brindaba asistencia a los más necesitados y organizaba torneos deportivos infantiles y juveniles.
Una obsesión contra un “símbolo peligroso”
Tras el golpe de Estado perpetrado en septiembre de 1955, el cadáver de Evita fue secuestrado y peregrinó durante años por distintos lugares, hasta que recibió sepultura con la falsa identidad de una monja (María Maggi de Magistris) en un cementerio de Milán, Italia.
En mayo de 1970 y durante su secuestro, Aramburu les confió a los integrantes de la agrupación Montoneros que Evita estaba en Italia y que se le había dado cristiana sepultura, pero se negó a dar mayores precisiones, según indicaron sus captores que terminaron ejecutando al exdictador.
Un año después y como parte del llamado Gran Acuerdo Nacional (GAN), el dictador Alejandro Agustín Lanusse dispuso la entrega a Perón del cuerpo de su segunda esposa.
Desde aquel acto a beneficio de las víctimas del terremoto que azotó a la ciudad de San Juan en enero de 1944, donde conoció al entonces Secretario de Trabajo y Previsión Social, Juan Domingo Perón, hasta su muerte, su figura y su palabra escalaron a los más altos estandartes de las aspiraciones populares, hasta convertirse en la máxima expresión de los anhelos de los trabajadores, el pueblo humilde y las mujeres de la Argentina.