
Aquella jornada celeste y blanca brilló sin pausa, desde la mañana hasta la noche ateniense. Fue histórica. Y se metió de prepo, con letras de oro, entre las páginas más gloriosas de toda la vida del deporte nacional.
Por la mañana, bajo aquel denso sol griego, el fútbol vernáculo salió a buscar la medalla esquiva en las vitrinas de la AFA. Hasta ese día Argentina nunca había podido atrapar el oro olímpico en el deporte más popular de su tierra.
Y fue. Y subió a lo más alto del podio nomás. Pero los dioses del Olimpo tenían guardada otra celebración para nuestro deporte ese mismo día.
Por la noche el básquetbol nacional emocionó con su capacidad de juego y con su corazón. La Generación Dorada tocaba el cielo con las manos.
Se cortaba así una sequía de largos 52 largos años sin preseas doradas.
Con gol de Tevez la Selección Sub 23 venció a Paraguay 1-0 y sonó fuerte, bien fuerte, el Himno argentino en el estadio Olímpico de Atenas.
En unas horas llegaría la otra gran alegría: el seleccionado de basquetbol de Ruben Magnano (que había eliminado en semis nada menos que a Estados Unidos) derrotó a Italia por 84-69 en la final y se coronó después de haber protagonizado un torneo con la brillantez que sólo tienen los equipos que hacen historia.