La fuerza simbólica de este acto es crucial en un país, donde la polémica por la vigencia de los emblemas confederados y esclavistas fue reavivada el pasado año con las multitudinarias protestas contra el racismo y la brutalidad policial del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan).
Si bien para sus defensores el estandarte confederado representa la herencia y orgullo por sus antepasados, a lo largo del siglo XX fue adoptado como un símbolo de resistencia por grupos supremacistas blancos, lo que reforzó su carácter racista y segregacionista en el país.
El asedio, ataque y breve ocupación del Capitolio, la sede del Poder Legislativo de Estados Unidos, fue transmitido en vivo y todo el país vio lo mismo; sin embargo, mientras algunos dirigentes acusaron a Donald Trump de intentar dar un autogolpe y calificaron a sus simpatizantes de sediciosos, otros denunciaron un atentado de terrorismo interno. Las emociones aún superan al análisis, pero hay señales que indican que no fue solo una cosa, sino una tormenta perfecta.
Poco antes de que miles de simpatizantes de Trump avanzaran sobre el exiguo cerco policial al pie de las escalinatas del Capitolio, el mandatario había hablado frente a esa multitud, mientras adentro del Congreso un grupo minoritario de republicanos intentaban obstaculizar la proclamación final de la victoria presidencial del opositor Joe Biden, a dos semanas de su asunción.
“Nunca nos rendiremos; nunca aceptaremos (la derrota electoral). Vamos a caminar por la avenida Pensilvania e iremos al Capitolio. Vamos a intentar dar a nuestros republicanos, los débiles, el tipo de orgullo y valentía que necesitan para recuperar nuestro país,” arengó el mandatario frente a sus simpatizantes y delante las cámaras de televisión.
Para Rachael Cobb, titular del Departamento de Gobierno de la Universidad de Suffolk en Boston, “Trump se mostró convencido de que el Congreso podía hacer algo para cambiar el resultado y que (su vicepresidente Mike) Pence tenía el poder para hacerlo”.
“En ese sentido, lo del miércoles fue un intento de ir contra la Constitución para seguir en el poder y eso se puede calificar como un autogolpe”, explicó.
“Porque, además, dentro del Congreso, hubo miembros del Senado y de la Cámara (de Representantes) que objetaron los resultados de la elección con la intención de cambiarlos. Si hubiesen tenido el número necesario, podrían haber revertido la voluntad del pueblo”, agregó.
Aunque el vínculo entre el presidente Trump y los que vandalizaron el Congreso y aterrorizaron a los legisladores que estaban en sesión es innegable, muchos dirigentes estadounidenses, incluso Biden, también denunciaron el ataque como un atentado terrorista.
“En Estados Unidos, estamos acostumbrados a definir los ataques contra los centros de poder como un acto de guerra o de terrorismo. Pero a diferencia de lo que pasó en 1971 cuando el grupo Weather Underground puso una bomba en el Capitolio para protestar contra la invasión de Laos, esta vez no se buscó cambiar una política, sino interrumpir el proceso de certificación de las elecciones”, explicó en diálogo con Télam Yohuru Williams, decano de Colegio de Artes y Ciencias de la Universidad de St Thomas en Minnesota.
“Por eso, lo de esta semana se pareció más a un golpe que a un acto terrorista”, afirmó.
Desde la revista The New Yorker, Masha Gessen, autora del libro “Sobreviviendo una autocracia”, planteó un argumento similar comparando la ofensiva contra el Capitolio de esta semana con otras protestas que sacudieron ese mismo edificio.
Fiscales federales de Estados Unidos presentaron cargos contra 55 personas vinculadas al violento asalto al Capitolio llevado a cabo ayer por partidarios del presidente saliente Donald Trump, durante el acto de certificación del triunfo electoral del mandatario electo Joe Biden, y que terminó con cinco muertos.
Del total, 40 casos se presentaron ante el Tribunal Superior de Washington, detalló el fiscal general del Distrito de Columbia, Michael Sherwin, y agregó que muchos de ellos incluyen cargos por ingresar de forma ilegal en ciertas zonas del recinto del Capitolio.
En un mensaje a la nación, el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, aseguró que la democracia del país “está bajo un ataque inédito” de “un grupo de extremistas”, que “bordea la secesión” y exigió que “se detenga de inmediato”, en referencia al asedio y ocupación del Congreso por miles de simpatizantes del mandatario saliente, Donald Trump.
“Llamo al presidente Trump a hablar por televisión nacional ahora mismo para que cumpla con su juramento y defienda la Constitución y exija el fin de este asedio” al Congreso, reclamó el líder opositor a dos semanas de asumir la Presidencia.
La cara pintada, un gorro con piel y cuernos de búfalo, el torso desnudo y con una bandera de Estados Unidos: este joven disfrazado con elementos de la cultura sioux y tatuajes celtas se convirtió en un emblema de los disturbios de ayer en el Congreso y expone una de las teorías conspirativas más divulgadas entre la ultraderecha que respalda a Donald Trump.
El nombre de este activista es Jake Angeli, aunque es mejor conocido como Q-Shaman por los seguidores de QAnon, un movimiento que sostiene la existencia de una sociedad secreta del poder que involucra a dirigentes del Partido Demócrata, multimillonarios como George Soros y Bill Gates, y algunos actores de Hollywood, que participan de una red internacional de satanismo y pedofilia.
La Policía del Capitolio confirmó la muerte de un agente, identificado como Brian D. Sicknick, después de varias horas de confusión y rumores sobre el posible fallecimiento de un policía.
El agente de la Policía del Capitolio falleció debido a heridas que sufrió cuando estaba “trabajando” en el asalto al Congreso, indicó un portavoz de ese cuerpo policial en un comunicado.
Sicknick resultó herido “mientras se enfrentaba físicamente a los manifestantes” que invadieron el Congreso, y sufrió un “colapso” cuando volvió a su oficina, por lo que le trasladaron al hospital.