Internacional

China, potencia global

Cómo el gigante asiático logró convertirse en una potencia global, a través de la plasticidad del Partido Comunista, que cumple sus primeros 100 años en el centro de la política y la economía mundial. Los desafíos internos y externos, como la disputa regional con Japón.

En 1921, una reunión clandestina de 53 personas en una casa de Shanghai prendió un fuego que arde desde entonces, y que forjó un Partido Comunista que hoy tiene casi 95 millones de miembros y conduce desde 1949 los destinos del país que convirtió en potencia: China.

El presidente Xi Jinping celebró triunfalmente este jueves el ascenso “irreversible” de su nación, otrora colonizada y ahora convertida en una potencia mundial, en un discurso con motivo del centenario del Partido Comunista en el poder y dirigido de manera indirecta a Occidente.

“¡El tiempo en el que el pueblo chino podía ser pisoteado, en el que sufría y era oprimido ha terminado para siempre!”, dijo Xi desde la Puerta de Tiananmen, desde donde su lejano predecesor Mao Tse-tung proclamó la República Popular en 1949.

Tras hacer referencia a las guerras del Opio, el colonialismo occidental y a la invasión japonesa (1931-1945), Xi Jinping alabó al Partido Comunista Chino (PCC) por mejorar el nivel de vida y restablecer el orgullo nacional.

“El Partido Comunista y el pueblo chino declaran solemnemente al mundo lo siguiente: el pueblo chino se ha levantado”, afirmó, en referencia a la salida de la pobreza de cientos de millones de chinos en las últimas décadas.

“El gran renacimiento de la nación china ha entrado en un proceso histórico irreversible”, se congratuló, transmitiendo así una señal a Washington, que suele describir a Pekín como un rival político y económico.

Pero la indiscutida superpotencia se enfrenta a desafíos internos y externos de importancia. Por ejemplo, el que deviene de su expansión al Mar del Sur.

El gobierno del primer ministro de Japón, Yoshihide Suga lanzó en junio una diplomacia de gestos destinados a irritar a China: calificó a Taiwán como “país”, donó a la isla más de un millón de vacunas contra el coronavirus, y envió a su viceministro de Defensa a advertir sobre la “amenaza” representada por Beijing, y a cuestionar la política de “una sola China” impulsada en los 70 por Estados Unidos y por el propio Japón, en detrimento de Taipei. La respuesta de Beijing fue inmediata.

Si se suma a este cruce diplomático, la persistente visión en la política exterior estadounidense de China como el principal enemigo de Washington, y su reflejo en la OTAN, cuyo secretario general Jan Stoltenberg advirtió hace menos de un mes que la principal amenaza de la alianza atlántica es la modernización militar china y su arsenal nuclear, el escenario es claro. No hay improvisación sino una mirada común que señala a China como potencia mundial y adversario a neutralizar en un mundo que lucha por los recursos y la hegemonía.

Así es como se ve a China desde Occidente. Pero también la propia China se ve a sí misma como potencia global, bajo la conducción del Partido Comunista Chino.

Si se evalúan los números de su economía, sus avances tecnológicos, su doctrina militar y su propia narrativa, China parece estar concretando en el siglo XXI ese “gran salto hacia adelante” con el que soñó Mao Zedong pero terminó en fracaso. El éxito actual se asienta en la plasticidad de sus estrategias para adoptar un capitalismo de estado diversificado, oferta de mano de obra barata y calificada, prácticas controvertidas como ingeniería inversa y copia de modelos y patentes extranjeras para impulsar su avance tecnológico, además de acuerdos de comercio que incluyen financiación a cambio de recursos naturales y materias primas con países de Asia-Pacífico, Africa y América Latina.

China aporta actualmente el 18 por ciento del producto bruto global, y esa porción aumenta año a año, a la inversa de Estados Unidos, cuya participación disminuye. Su formidable industria convirtió al país en líder mundial en minería, procesamiento de metales, energía, cemento, químicos, maquinarias, armamentos, textiles y plásticos, y esa capacidad instalada se terceriza para producir y prestar servicios a la mayoría de las multinacionales globales.

Las más grandes empresas chinas son de propiedad estatal, como China National Petroleum Corporation, los grupos Sinopec, CITIC, Sinochem y, Cosco. Cuenta además con un dinámico sector privado en el que se destacan empresas como Huawei, Tencent y Geely. Pero además, una política clave impulsada por Xi Jinping considera al sector privado chino como parte integral de su complejo industrial-militar.

El presupuesto militar de China es el segundo del mundo, y la marina de guerra china avanza a pasos veloces para pasar del rango regional a lo que se conoce como “blue water navy”, una fuerza naval capaz de proyectar su poder a nivel global y en misiones múltiples, una capacidad que hoy solo ostenta Estados Unidos.
En la carrera espacial, acaba de dar un paso decisivo para establecer su propia estación espacial en órbita, en 2020 envió una misión no tripulada a la Luna, que regresó a la Tierra con muestras del suelo lunar, y otra a Marte.

El Partido Comunista Chino evidentemente tiene motivos para celebrar su centenario.

En contraste con esta “propaganda por los actos”, que señalan la capacidad del país para establecerse como potencia global, China también se refleja en otras imágenes: el aniversario de Tiananmen, que este año fue prohibido por las autoridades, la represión al movimiento de estudiantes de Hong Kong, el confinamiento de la minoría musulmana uigur en campamentos de reeducación, según denuncias de la ONU, y el uso masivo de la tecnología para el control biopolítico de su población de 1300 millones de habitantes.

Una antigua civilización convertida en superpotencia global, con una dinámica imparable, y que ya piensa su proyección para los próximos siglos.