Internacional

Afganistán bajo el nuevo gobierno talibán

En el medio del caos de la retirada estadounidense, los diferentes sectores talibanes comienzan a organizar un nuevo gobierno para Afganistán. Promesas de moderación, alianzas tribales y los liderazgos más fuertes.

La caótica evacuación del personal de Estados Unidos y de sus colaboradores locales de Afganistán continúa en medio de crecientes tensiones con los Talibán, y se mantiene el plazo establecido del 31 de agosto para su finalización, sin que se sepa el número exacto de personas que quedan por evacuar.

Mientras tanto, hay frenéticas negociaciones políticas entre los integrantes del liderazgo Talibán, cuya cara más visible es el mullah Abdul Ghani Baradar, y diversos actores regionales e internacionales, que van desde representantes de Qatar, Arabia Saudita y Rusia hasta el director de la CIA, William Burns.

El vacío de poder en Afganistán, generado por la retirada de las tropas estadounidenses y la inmediata salida del país del presidente afgano Ashraf Ghani fue ocupado automáticamente por el poder de facto que representan los Talibán, una fuerza de alrededor de 100 mil hombres que logró hacerse en pocas horas con el control casi total del país.

Pero los militantes afganos no desconocen que la dinámica geopolítica cambió sustancialmente desde su anterior experiencia en el poder, entre 1996 y 2001. Y que sostener su proyecto de emirato islámico les demandará algún tipo de diplomacia forzada que vaya más allá de los respaldos regionales con los que ya cuentan, para evitar convertirse en parias internacionales. Y también negociaciones internas, un objetivo de difícil concreción en Afganistán, un país que es un mosaico de etnias y grupos tribales.

En efecto, los Talibán son la fuerza religiosa, militar y política más cohesionada de Afganistán, pero representan principalmente a los pashtún, un grupo étnico que comprende a alrededor del 40 por ciento de los 39 millones de afganos. Los hazara, residentes en la zona central, son el 24 por ciento de la población, a los que les siguen los tayikos, con el 21 por ciento, y los uzbekos, con un 6 por ciento, además de otras etnias minoritarias.

A pesar del dominio reconquistado por los Talibán, persisten grupos armados que se les oponen, y podrían constituir una insurgencia si no hay acuerdos. Algunos de estos grupos se concentran en el valle de Panjshir, al nordeste del país, y también en la zona que tiene como centro la ciudad de Mazar-e-Sharif.

Dos figuras que podrían encabezar una resistencia armada a los Talibán son el ex vicepresidente Amrullah Saleh, y Ahmad Massoud, hijo del venerado líder anti Talibán Ahmad Shah Massoud, asesinado por Al Qaeda en 2001.

Por eso hubo reuniones de líderes Talibán con el ex presidente afgano Hamid Karzai, una figura de la que desconfían por su relación con Estados Unidos, pero que podrían utilizar como mediador, ya que es escuchada en el ámbito de lo que fue la Loya Jirga, la asamblea que solía congregar a líderes tribales de las distintas etnias afganas durante su gobierno.

También se sabe que los Talibán recurrieron a la diplomacia rusa para encontrar vías de diálogo con los grupos tayikos y uzbekos, con los que Moscú mantiene vínculos a través de sus relaciones con Tayikistán y Uzbekistán, países con los que recientemente realizó ejercicios militares en la frontera afgana.

Además de la histórica influencia de Pakistán, los apoyos financieros Talibán provienen de Qatar y de Arabia Saudita. Como ocurre en otros escenarios regionales, ambos países pretenden contrarrestar así las pretensiones de Irán de influir en Afganistán, un país mayoritariamente sunnita, pero con alrededor de un 15 por ciento de shiitas.

Aunque parece difícil que los Talibán accedan a compartir el poder, conservarlo en el largo plazo los obligará a negociar a nivel interno y externo. Algunos analistas creen que la posible solución podría ser un modelo similar al libanés, con representaciones dentro del gobierno de los diferentes grupos étnicos y religiosos del país.

Pero eso demandaría una nueva constitución y la implementación de una democracia parlamentaria, sistema ajeno a las lógicas de alianzas tribales que históricamente rigieron las complejas relaciones internas de Afganistán. También podrían producirse autonomías regionales de facto en las provincias donde predominan otros grupos étnicos y religiosos.

Por ahora todos, dentro y fuera de Afganistán, miran a los nuevos ocupantes del palacio presidencial de Kabul, para calibrar la voluntad que tengan de poner fin a una guerra civil de más de 40 años, que coexistió con la ocupación estadounidense y podría continuar en el futuro.