Derechos Humanos

A 42 años del Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel

El activista de derechos humanos es el único Nobel argentino vivo. Lo recibió en 1980, y fue un duro golpe para una Dictadura con una imagen desgastada, pero que aún pisaba fuerte. Su compromiso lo llevó a recorrer el mundo con el mensaje de la Paz y la justicia para los pueblos.

“Les hablo teniendo ante mis ojos el recuerdo vivo de los rostros de mis hermanos, los trabajadores, obreros y campesinos que son reducidos a niveles de vida infrahumana y limitados sus derechos sindicales, del rostro de los niños que padecen desnutrición, de los jóvenes que ven frustradas sus esperanzas, de los marginados urbanos, de nuestros indígenas, de las madres que buscan sus hijos desaparecidos, de los desaparecidos, muchos de ellos niños, de miles de exiliados, de los Pueblos que reclaman libertad y Justicia para todos”.

La voz habitualmente tenue de Adolfo Pérez Esquivel se escuchaba fuerte mientras daba su discurso en el lujoso salón de Oslo donde los reyes suecos le entregaron su Nobel de La Paz en 1980.

En Argentina, era un desconocido. Pero su activismo fue una de las contribuciones más importantes a que el mundo no desconociera qué pasaba en Argentina.

A sus 49 años, el arquitecto y escultor ya tenía una larga trayectoria en su lucha por los derechos humanos.

Formado en Bellas artes en la Escuela de Educación Artística Manuel Belgrano y en la Universidad de La Plata, Pérez Esquivel cultivó una relación con sacerdotes tercermundistas que complementó su visión cristiana y humanista con los preceptos de justicia social y un fuerte sentido de pertenencia a Latinoamérica y sus problemas.

Trabajaba entonces en el comité ejecutivo de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos y coordinaba su movimiento Paz y Justicia, que defendía “los derechos humanos, la justicia social y económica, utilizando los medios legales y nunca violentos”.

Fue perseguido y detenido por la dictadura cívico-militar y es uno de los miles de sobrevivientes del genocidio.

“Fui detenido en el Departamento de la Policía Federal y llevado a la Superintendencia en la calle Moreno al 1500 y encerrado en el “tubo 14”, un centro de torturas, en ese calabozo maloliente se sentía el dolor de un pueblo bajo la dictadura militar”, relató hace unos años.

“Cuando la guardia abre la puerta veo muchas inscripciones, insultos, oraciones y una gran mancha de sangre y escrito con esa misma sangre de un prisionero o prisionera, “DIOS NO MATA”, un acto de fe que me conmueve la vida”, decía.

Entre sus compañeros de detención en un centro clandestino de la Fuerza Área estaba el maestro Alfredo Bravo.

En 1980, al día siguiente de recibir el premio, en medio de la censura imperante, brindó una conferencia de prensa.

Allí, denunció que “es evidente que en Argentina no se respetan los derechos humanos, existen miles de desaparecidos, los niños nacen en las cárceles, nuestro trabajo consiste en buscar una solución a este drama por la dignidad de la persona”, explicó a medios internacionales que acudieron a la cita

“Este premio nos anima a continuar nuestro trabajo para crear una sociedad en la que el hombre pueda vivir más dignamente”, finalizó.

La censura fue una constante en su activismo.

En 1984, ya en democracia, denunciaba ante las cámaras de ATC que “todavía hay muchos agentes de la dictadura en los medios de comunicación social”.

Lo hizo en el aeropuerto de Ezeiza, donde viajaba a una sesión del Tribunal de los Pueblos, que iba a condenar el genocidio armenio.

Allí, fue interceptado por el cronista del canal estatal Edgardo Antoñana, que al escuchar esa sentencia le reprochó sus dichos.

El Nobel, sin achicarse, le respondió que ATC fue uno de los medios que “no le ha dado cabida” a la agenda de los derechos humanos.

Un año antes de los Juicios a las Juntas, con muchos de los genocidas aún en posiciones de poder dentro de las tres armas y con la estructura social de la dictadura aún en pie, el referente exigía que la sociedad conozca qué pasaba en el país, Latinoamérica y el mundo.

Pérez Esquivel reconocía entonces el rol fundamental del derecho a la información como uno de los pilares de la democracia.

Hoy, a sus 90 años, sigue bregando por las mismas metas. Igual de activo que siempre, desde el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ) continúa con su labor por “libertad y Justicia para todos”, tal como prometió en Oslo.